Dando dos pasos cruzó las grandes puertas y entró. Yo seguía parado sin poder moverme, no deseaba entrar. Ella empezó a avanzar y yo aun miraba las grandes puertas. Tenía miedo, no podía dar esos dos pasos para entrar. Después de tantos años de pelea no es tan simple perdonar y ser perdonado como para dar dos pasos y terminar con todo. Era mucho más complicado, o al menos así lo imaginaba yo.
No se si fue un engaño o en embrujo por lo cual me llevó hasta esa iglesia. Caminábamos, reíamos y luego me vi parado aquí sin poder hacer más. Ella no lo sabía y ya estaba muy lejos para decirle que no deseaba entrar. Esperé pacientemente a que volteara y se diera cuenta de mi inmovilidad. Pensé que saldría y todo terminaría, pero ella siguió su camino y con algo de miedo tuve que actuar. Ella estaba ya por las bancas traseras y yo moví un pie, luego el otro.
Miré arriba y vi como se levantaba el gran techo de la pequeña iglesia. La altura, simbolizando el poder y en la tope de esta altura: Dios. Con que cara regresaba yo a esta casa? Qué derecho tenía yo de entrar? Miré a mi alrededor y vi mucha gente. Gente muy adulta. Fue extraño no ver jóvenes en ninguna banca, hasta me sentía fue de sitio.
Inmóvil otra vez, miraba el gran pasillo hasta el altar. La gran alfombra roja que pareciera ser lavada todos los días, porque nunca he visto esas alfombras sucias. Las bancas, adornadas con algo muy parecido a una rosa y otras flores llamadas lluvia. En lo personal no se por que llevan ese nombre; no son transparentes o refrescantes, ni caen por montones. Es más, no imagino que un montón de esas flores cayendo del cielo me puedan causar la alegría que me causa la lluvia real. Luego vi más adelante y las bancas que ahí estaban. Dos familias. Parecían dos bandos, distantes, fríos, como si no pudieran hacer más que intercambiar un saludo y regresar a su bando. Era un matrimonio.
Ella siguió caminando, ya casi llegando a las bancas centrales y yo no podía pasar de las traseras. Me sentía indigno de estar ahí. Quizás por el hecho que no era un matrimonio al cual me hayan invitado o quizás por mi batalla constante contra Dios. Nunca entendí por que tuvo que cercenar mi familia y era algo que siempre me preguntaba; ora pensando solo en mi cuarto acompañado de un cigarrillo ora conversando con mi tío en una reunión familiar. Cualquiera que fuese la razón, me quedaba pensar en la omnisciencia de Dios y confiarme.
Atrás mio había una larga cola. El confesionario. Es curioso lo bajo que deben hablar dentro para que no se escuche nada fuera. Quizá deberían hacer un confesionario que absorba el sonido y uno puede entrar y hablar sin miedos ni tapujos, con toda fuerza (si es que tal cosa esta permitida en una iglesia) las cosas que se tienen que decir. Digo esto porque siempre que veo la gente que sale para hacer su penitencia, es como ver a alguien que no pudo corear su canción favorita en un concierto. Otra historia es la del sacerdote. Tiene que ser cansado escuchar los pecados de tantas personas y más cuando son repetidos. Como hacen para olvidar tanto? Yo cuando escucho a alguien se me quedan grabadas cientos de frases. No quisiera tener los pecados de miles de personas dando vueltas en mi cabeza hasta que pierda la memoria.
Parece que ya llegó a la banca que desea. Aún no se da cuenta que no estoy a su lado. Después de pensar tantas cosas del confesionario, me doy cuenta de un detalle que me inquieta: no esta ni la blanca ni el negro. Es normal que el negro camine por todos lados saludando y preguntando si la blanca ya esta lista y si todo esta bien. Sin embargo, aquí no hay señales ni de uno, ni de la otra. En algún momento aparecerán.
Volteó mi cabeza para verla y ella esta por sentarse. Aún me sigo preguntando por que no hay jóvenes? Con las disculpas y respeto que se merecen tantas canas, esto parecía un matrimonio en un asilo. Ella se sentó y por fin se da cuenta que no estoy a su lado. Voltea y me mira y se que su mirada me pregunta el por que de mi inmovilidad. Yo que se mujer, entre mis miedos, los novios, el confesionario y los viejos no se que hago. Sin pensar en nada más empiezo a caminar hacía ella por esa orden natural de la atracción de los cuerpos y me siento a su lado. Ella me mira y sonríe, como siempre lo ha hecho. Así hayan pasado cerca de ocho meses sin vernos, ella sonríe.
Aquí es donde yo se lo que ella pide: no pasar por lo que yo pase un par de años atrás. Entiendo su miedo. Yo pido que sea fuerte para el momento en que suceda. Soy consiente que si Él ya decidió que es el momento de llevarse a alguien, no hay forma de hacerlo cambiar de idea. Ahora, por alguna razón, siento que tenemos una conversación, Él y yo. Siempre he creído que este tipo de conversaciones son generadas por mi mismo y soy yo el que me respondo, pero me hace casi bien pensar que es una fuerza superior la que guía mis pensamientos.
Ella se pone de pie y me alcanza su mano, señal clara de que es momento de marcharnos. Es cierto, no deseaba entrar a este lugar, pero ahora me cuesta terminar mi conversación conmigo mismo, pararme y retirarme. En fin, no hay vuelta que darle, no tengo todas las respuestas en mi cabeza así que se donde terminaría mi propia conversación: otra pelea con Dios.
Me levanté y juntos caminamos a la puerta del costado, no cruzó por nuestras mentes hacer el camino de regresó, porque serían muchas paradas para mi. Antes de cruzar la pequeña puerta miré de nuevo alrededor. La gente seguía entrando y saliendo del confesionario, las dos bandas en los asientos delanteros se seguían saludando sin más palabras, los adornos de las bancas y las inentendibles flores llamadas lluvia permanecían en su lugar y muchas cabezas con canas ocupaban las últimas bancas. Pero, había algo en las grandes puertas, la blanca y el negro. Estaban listos, se preparaban para la gran entrada. La miré a los ojos y dentro de mi pensé que esos podíamos ser nosotros. Si tuviera la certeza que ella los vio, podría apostar lo que fuera a que ella pensaría lo mismo.
Nos fuimos; pensando poco en las cosas que pasaron por nuestras mentes en la iglesia. Nos fuimos; rogando que la noche no acabara y que no tuvieramos que separarnos. Nos fuimos; y secretamente pensamos que mañana será mejor.