jueves, 17 de mayo de 2007

Mis siete reflejos

Siempre creí que necesitaba a alguien como yo o al menos con los mismos intereses y que me haga olvidar lo solo que me siento por momentos. Pero no me mal interpreten, me refiero solo a la compañía puesto que mi corazón esta atado a una eterna llama de pasión que esta conmigo todo el tiempo. Sin embargo, la soledad es la de mis amigos que nunca serán, quizás, tanto como yo deseo.

Es verdad que en algún momento encontré en siete personas diferentes un trozo de mi reflejo y fue mucha la alegría. Durante meses pensé que lo había encontrado. En uno la pasión por la música, aquel deseo por saber todo sobre la música, hacerla y vivir siempre con música; en otro los juegos, aquel vicio que siempre me tiene atado y consume mi tiempo por montones sin importar lo que suceda a mi alrededor; en otro el gusto por las mujeres, la forma las veo y las cosas que muchas otras veces imagino, su belleza o su falta de la misma; en otro mis lados tontos, aquellas veces que soy tonto por la escasa capacidad de detenerme un momento a pensar bien las cosas y soltar lo que tengo en la cabeza; en otra mi ego, aquel hecho de saber que soy lo mejor que hay entre esas cuatro paredes; en otro mis locuras, el simple hecho de estar o pensar que estoy loco y ver la vida muy diferente; y en uno último mis bromas, que siempre me han sido parte de mi en todo lo que hago. Ellos serían una sola persona y creo que así los traté durante todo este tiempo. Salir con uno u otro no era tan igual como salir con todos y pasar los momentos, quizás, más divertidos de mis días.

Sin embargo, todo lo que no es perfecto tiende a cojear de un pie y yo lo ignoré durante tantos días. Hasta el día que uno a uno demostraron esas mismas siete personas, las tantas cosas que odio de mi. Por un lado mi resentimiento, al recibir las bromas más duras que hago o el trato de la indiferencia; mi maldita vanidad, que es buena por un momento, pero cuando es expuesta demasiado tiempo tiende a ser demasiado molesta; mi pereza, quizás la mas odiada que hace que mi tiempo avance más rápido mientras sigo detenido en un solo lugar; mis bromas agrias, que a veces las hago de forma consiente y otras no, pero siempre tienen el mismo resultado; mi ser infantil, mis niñerías y momentos en que no logro ser tan maduro como realmente soy; mi mal humor, que inevitablemente afecta a los demás; y mi des ligamiento de lo que vivo, como quien vive en una burbuja perfecta mientras el mundo se cae a pedazos a mi lado.

Incluso ahora mismo, rodeado de estas siete personas, me siento solo, porque son mi lado más odiado en estos minutos y por eso mismo ninguno preguntará que sucede conmigo pues están actuando su papel de la mejor manera que pueden. Mi soledad solo escapa ante la voz, el recuerdo o el toque, de esa mujer que siempre me tiene. Quizá estoy destinado a siempre tener algo de soledad o quizás yo mismo saco de los demás lo que mas odio de mi. Quizás y siempre quizás lo que mas falla soy yo y no los demás.

A veces, pienso, aparecerá esa octava persona que pondrá su mano en mi hombro, como lo hizo hace mucho tiempo cuando mi soledad era total, y dirá esas palabras que hasta hoy ninguno dijo "que te sucede?"

Es mas raro aun, que después de todos estos pensamientos, ya sea como una catarsis, uno a uno mis siete reflejos me miran con esa vieja mirada conocida y se acercan a mi para preguntar que me sucede y, aunque es lo que estuve deseando aun me siento totalmente triste y preocupado, solo puedo atinar a responder con un débil "no lo se". Es que realmente no se que sucedió hoy, como si algo hubiera sucedido que me afectara directamente.

domingo, 6 de mayo de 2007

Una Intrusa

Bajando desde una esquinita, mirando todo de cabeza, la pequeña intrusa da una mirada a mi único lugar sagrado.

Primero se para en la repisa donde el polvo le da la bienvenida y frente a ella se levantan grandes castillos de papel que alguna vez leí o algunos que nunca toqué. Sus delicados ojos miran en todas direcciones tratando de encontrar la manera de bajar y luego de unos momentos salta al vacío. Sin embargo, un fino hilo sostiene su grueso cuerpo y se termina por posar delicadamente en mi cama.

Ahora la pobre intrusa no solo tiene que pelear por el desorden de las sabanas, sino también con algunas ropas que hasta ahora no decido donde poner. Yo sigo aquí, sentado a la cabecera de mi cama mirando a la intrusa pasar de un lado a otro. Se detiene, me mira y al parecer me pregunta por direcciones; pero, yo no la entiendo. Después de tanta inseguridad, sube por un cable y termina en mi mesa de noche. Es interesante y hasta cómico ver como pelea y se esfuerza por llegar a su destino: el pequeño jardín que esta al final de mi cuarto. Pasa por el desorden que forman los boletos de micro, el sencillo que guardo, el reloj que no uso y demás cosas que solo están ahí, y se detiene al borde de la misma y parece mirar el horizonte. Debe haber una buena vista desde ahí arriba; lamentablemente, se ha dado cuenta que su destino aun esta lejos y suelta su hilo para bajar nuevamente.

Ya en el suelo las cosas se le hacen mas fáciles, solo tiene que esquivar la ropa que también esta tirada. Sin embargo, parece que perdió el rumbo pues ahora sube por las curvas de mi guitarra y llega a mi mesa de trabajo donde realmente no trabajo. La mesa esta plagada por discos, papeles y el dios del santuario: mi radio. Con algo de esfuerzo se paró encima del dios del santuario y dio una última mirada al lugar. Detrás de ella estaba un gigante que empezaba a acercarse, a su derecha una pared con papeles escritos y fotos tomadas, a su izquierda solo veía ropa y frente a ella, lo que buscaba, el jardín.

Me acerqué tranquilamente y la vi bajar de la mesa, parecía excitada con la idea de llegar a su destino. Sin embargo, recordé que ella es una intrusa en mi cuarto y que se subió en el dios del santuario, asi que merecía ser castigada. La intrusa no llegó a su destino, sus ocho patitas no se movieron más y sus ocho ojos se cerraron al mismo momento que trató de soportar el peso de mi pie.