Bajando desde una esquinita, mirando todo de cabeza, la pequeña intrusa da una mirada a mi único lugar sagrado.
Primero se para en la repisa donde el polvo le da la bienvenida y frente a ella se levantan grandes castillos de papel que alguna vez leí o algunos que nunca toqué. Sus delicados ojos miran en todas direcciones tratando de encontrar la manera de bajar y luego de unos momentos salta al vacío. Sin embargo, un fino hilo sostiene su grueso cuerpo y se termina por posar delicadamente en mi cama.
Ahora la pobre intrusa no solo tiene que pelear por el desorden de las sabanas, sino también con algunas ropas que hasta ahora no decido donde poner. Yo sigo aquí, sentado a la cabecera de mi cama mirando a la intrusa pasar de un lado a otro. Se detiene, me mira y al parecer me pregunta por direcciones; pero, yo no la entiendo. Después de tanta inseguridad, sube por un cable y termina en mi mesa de noche. Es interesante y hasta cómico ver como pelea y se esfuerza por llegar a su destino: el pequeño jardín que esta al final de mi cuarto. Pasa por el desorden que forman los boletos de micro, el sencillo que guardo, el reloj que no uso y demás cosas que solo están ahí, y se detiene al borde de la misma y parece mirar el horizonte. Debe haber una buena vista desde ahí arriba; lamentablemente, se ha dado cuenta que su destino aun esta lejos y suelta su hilo para bajar nuevamente.
Ya en el suelo las cosas se le hacen mas fáciles, solo tiene que esquivar la ropa que también esta tirada. Sin embargo, parece que perdió el rumbo pues ahora sube por las curvas de mi guitarra y llega a mi mesa de trabajo donde realmente no trabajo. La mesa esta plagada por discos, papeles y el dios del santuario: mi radio. Con algo de esfuerzo se paró encima del dios del santuario y dio una última mirada al lugar. Detrás de ella estaba un gigante que empezaba a acercarse, a su derecha una pared con papeles escritos y fotos tomadas, a su izquierda solo veía ropa y frente a ella, lo que buscaba, el jardín.
Me acerqué tranquilamente y la vi bajar de la mesa, parecía excitada con la idea de llegar a su destino. Sin embargo, recordé que ella es una intrusa en mi cuarto y que se subió en el dios del santuario, asi que merecía ser castigada. La intrusa no llegó a su destino, sus ocho patitas no se movieron más y sus ocho ojos se cerraron al mismo momento que trató de soportar el peso de mi pie.
Primero se para en la repisa donde el polvo le da la bienvenida y frente a ella se levantan grandes castillos de papel que alguna vez leí o algunos que nunca toqué. Sus delicados ojos miran en todas direcciones tratando de encontrar la manera de bajar y luego de unos momentos salta al vacío. Sin embargo, un fino hilo sostiene su grueso cuerpo y se termina por posar delicadamente en mi cama.
Ahora la pobre intrusa no solo tiene que pelear por el desorden de las sabanas, sino también con algunas ropas que hasta ahora no decido donde poner. Yo sigo aquí, sentado a la cabecera de mi cama mirando a la intrusa pasar de un lado a otro. Se detiene, me mira y al parecer me pregunta por direcciones; pero, yo no la entiendo. Después de tanta inseguridad, sube por un cable y termina en mi mesa de noche. Es interesante y hasta cómico ver como pelea y se esfuerza por llegar a su destino: el pequeño jardín que esta al final de mi cuarto. Pasa por el desorden que forman los boletos de micro, el sencillo que guardo, el reloj que no uso y demás cosas que solo están ahí, y se detiene al borde de la misma y parece mirar el horizonte. Debe haber una buena vista desde ahí arriba; lamentablemente, se ha dado cuenta que su destino aun esta lejos y suelta su hilo para bajar nuevamente.
Ya en el suelo las cosas se le hacen mas fáciles, solo tiene que esquivar la ropa que también esta tirada. Sin embargo, parece que perdió el rumbo pues ahora sube por las curvas de mi guitarra y llega a mi mesa de trabajo donde realmente no trabajo. La mesa esta plagada por discos, papeles y el dios del santuario: mi radio. Con algo de esfuerzo se paró encima del dios del santuario y dio una última mirada al lugar. Detrás de ella estaba un gigante que empezaba a acercarse, a su derecha una pared con papeles escritos y fotos tomadas, a su izquierda solo veía ropa y frente a ella, lo que buscaba, el jardín.
Me acerqué tranquilamente y la vi bajar de la mesa, parecía excitada con la idea de llegar a su destino. Sin embargo, recordé que ella es una intrusa en mi cuarto y que se subió en el dios del santuario, asi que merecía ser castigada. La intrusa no llegó a su destino, sus ocho patitas no se movieron más y sus ocho ojos se cerraron al mismo momento que trató de soportar el peso de mi pie.
1 comentario:
No quiero ni imaginar lo que escribirias si ves cruzar una cucarachita en tu cocina, o si te alucinas que eres el jabon de tu vecina... oe! deja de consumirla en polvo, tomala en mate, jua!!!
... ta buena, pero preferiria la version narrativa de tu clasica cancion 'cucaracha de mierda'
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