domingo, 29 de abril de 2007

Mañana será mejor

Dando dos pasos cruzó las grandes puertas y entró. Yo seguía parado sin poder moverme, no deseaba entrar. Ella empezó a avanzar y yo aun miraba las grandes puertas. Tenía miedo, no podía dar esos dos pasos para entrar. Después de tantos años de pelea no es tan simple perdonar y ser perdonado como para dar dos pasos y terminar con todo. Era mucho más complicado, o al menos así lo imaginaba yo.

No se si fue un engaño o en embrujo por lo cual me llevó hasta esa iglesia. Caminábamos, reíamos y luego me vi parado aquí sin poder hacer más. Ella no lo sabía y ya estaba muy lejos para decirle que no deseaba entrar. Esperé pacientemente a que volteara y se diera cuenta de mi inmovilidad. Pensé que saldría y todo terminaría, pero ella siguió su camino y con algo de miedo tuve que actuar. Ella estaba ya por las bancas traseras y yo moví un pie, luego el otro.

Miré arriba y vi como se levantaba el gran techo de la pequeña iglesia. La altura, simbolizando el poder y en la tope de esta altura: Dios. Con que cara regresaba yo a esta casa? Qué derecho tenía yo de entrar? Miré a mi alrededor y vi mucha gente. Gente muy adulta. Fue extraño no ver jóvenes en ninguna banca, hasta me sentía fue de sitio.

Inmóvil otra vez, miraba el gran pasillo hasta el altar. La gran alfombra roja que pareciera ser lavada todos los días, porque nunca he visto esas alfombras sucias. Las bancas, adornadas con algo muy parecido a una rosa y otras flores llamadas lluvia. En lo personal no se por que llevan ese nombre; no son transparentes o refrescantes, ni caen por montones. Es más, no imagino que un montón de esas flores cayendo del cielo me puedan causar la alegría que me causa la lluvia real. Luego vi más adelante y las bancas que ahí estaban. Dos familias. Parecían dos bandos, distantes, fríos, como si no pudieran hacer más que intercambiar un saludo y regresar a su bando. Era un matrimonio.

Ella siguió caminando, ya casi llegando a las bancas centrales y yo no podía pasar de las traseras. Me sentía indigno de estar ahí. Quizás por el hecho que no era un matrimonio al cual me hayan invitado o quizás por mi batalla constante contra Dios. Nunca entendí por que tuvo que cercenar mi familia y era algo que siempre me preguntaba; ora pensando solo en mi cuarto acompañado de un cigarrillo ora conversando con mi tío en una reunión familiar. Cualquiera que fuese la razón, me quedaba pensar en la omnisciencia de Dios y confiarme.

Atrás mio había una larga cola. El confesionario. Es curioso lo bajo que deben hablar dentro para que no se escuche nada fuera. Quizá deberían hacer un confesionario que absorba el sonido y uno puede entrar y hablar sin miedos ni tapujos, con toda fuerza (si es que tal cosa esta permitida en una iglesia) las cosas que se tienen que decir. Digo esto porque siempre que veo la gente que sale para hacer su penitencia, es como ver a alguien que no pudo corear su canción favorita en un concierto. Otra historia es la del sacerdote. Tiene que ser cansado escuchar los pecados de tantas personas y más cuando son repetidos. Como hacen para olvidar tanto? Yo cuando escucho a alguien se me quedan grabadas cientos de frases. No quisiera tener los pecados de miles de personas dando vueltas en mi cabeza hasta que pierda la memoria.

Parece que ya llegó a la banca que desea. Aún no se da cuenta que no estoy a su lado. Después de pensar tantas cosas del confesionario, me doy cuenta de un detalle que me inquieta: no esta ni la blanca ni el negro. Es normal que el negro camine por todos lados saludando y preguntando si la blanca ya esta lista y si todo esta bien. Sin embargo, aquí no hay señales ni de uno, ni de la otra. En algún momento aparecerán.

Volteó mi cabeza para verla y ella esta por sentarse. Aún me sigo preguntando por que no hay jóvenes? Con las disculpas y respeto que se merecen tantas canas, esto parecía un matrimonio en un asilo. Ella se sentó y por fin se da cuenta que no estoy a su lado. Voltea y me mira y se que su mirada me pregunta el por que de mi inmovilidad. Yo que se mujer, entre mis miedos, los novios, el confesionario y los viejos no se que hago. Sin pensar en nada más empiezo a caminar hacía ella por esa orden natural de la atracción de los cuerpos y me siento a su lado. Ella me mira y sonríe, como siempre lo ha hecho. Así hayan pasado cerca de ocho meses sin vernos, ella sonríe.

Aquí es donde yo se lo que ella pide: no pasar por lo que yo pase un par de años atrás. Entiendo su miedo. Yo pido que sea fuerte para el momento en que suceda. Soy consiente que si Él ya decidió que es el momento de llevarse a alguien, no hay forma de hacerlo cambiar de idea. Ahora, por alguna razón, siento que tenemos una conversación, Él y yo. Siempre he creído que este tipo de conversaciones son generadas por mi mismo y soy yo el que me respondo, pero me hace casi bien pensar que es una fuerza superior la que guía mis pensamientos.

Ella se pone de pie y me alcanza su mano, señal clara de que es momento de marcharnos. Es cierto, no deseaba entrar a este lugar, pero ahora me cuesta terminar mi conversación conmigo mismo, pararme y retirarme. En fin, no hay vuelta que darle, no tengo todas las respuestas en mi cabeza así que se donde terminaría mi propia conversación: otra pelea con Dios.

Me levanté y juntos caminamos a la puerta del costado, no cruzó por nuestras mentes hacer el camino de regresó, porque serían muchas paradas para mi. Antes de cruzar la pequeña puerta miré de nuevo alrededor. La gente seguía entrando y saliendo del confesionario, las dos bandas en los asientos delanteros se seguían saludando sin más palabras, los adornos de las bancas y las inentendibles flores llamadas lluvia permanecían en su lugar y muchas cabezas con canas ocupaban las últimas bancas. Pero, había algo en las grandes puertas, la blanca y el negro. Estaban listos, se preparaban para la gran entrada. La miré a los ojos y dentro de mi pensé que esos podíamos ser nosotros. Si tuviera la certeza que ella los vio, podría apostar lo que fuera a que ella pensaría lo mismo.

Nos fuimos; pensando poco en las cosas que pasaron por nuestras mentes en la iglesia. Nos fuimos; rogando que la noche no acabara y que no tuvieramos que separarnos. Nos fuimos; y secretamente pensamos que mañana será mejor.

miércoles, 25 de abril de 2007

Soledad

La soledad duele. Muchas veces te mantiene despierto hasta que sin darte cuenta el sol sale y saluda al mundo. Siempre te mantiene con los ojos llenos de lágrimas a punto de estallar, te abraza y rodea con todas sus fuerzas. Te hace creer que no estas solo y que nunca lo estuviste, sino que solamente te perdiste; pero en realidad la soledad es engañosa y no te conoce. Es por todo esto que duele, es por todo esto que a veces te hace llorar hasta el amanecer.

Sin embargo, siempre hay alguien a tu lado que te recuerda que a veces es buena la soledad. Hay quienes la adoran porque solo en la soledad pueden encontrar los pensamientos que perdieron cuando chicos, recobrar los sueños que tanto tiempo los mantuvieron ilusionados e inspirados. Hay quienes dicen que la soledad hace que uno este consigo mismo para conocerse y darse cuenta de todas las cosas importantes que tiene o a las que desea alcanzar.

Ahora que pienso bien todo esto, me parecen un completo engaño. Uno grande. Por que la soledad? Que tiene esta de bueno? Que tiene de grande? Es que acaso no es mejor tener alguien al lado, que sea quien nos haga ver lo bueno que tenemos y sea lo que necesitamos? Alguien que sea esa inspiración e ilusión y que nos haga conocernos por la forma en como actuamos frente a ella? La soledad es y siempre sera un engaño, pero uno grande.

A veces, uno piensa en escapar de la soledad, pero es esa idea lo que lo ata uno a la misma soledad. Buscamos compañía en algún lugar y al final resulta que esa compañía resultó llevándonos a la soledad con más fuerza o simplemente no la encontramos y caemos de rodillas por el dolor nuevamente.

Vacío, triste y sin capacidad de emprender algo nuevo o retomar lo anteriormente empezado. Lágrimas en los ojos, mirada gacha y nunca una sonrisa. Sin nada que perder, sin nada a que temer, sin nadie a quien tener. Son tantas cosas las que conforman esta soledad.


Son tantas las cosas que me atan a la soledad y me piden que no la deje; porque, en el fondo, la soledad es quien necesita de nuestra compañía.

viernes, 20 de abril de 2007

Encantado

Siempre me ha parecido algo interesante el verano, y no soy gran fanático del sol ni esas cosas. He sido acusado de serrano, bruto y masoquista por vestir de negro con el sol abrazador. No puedo hacer nada en contra de eso, me gusta vestir de negro; odio usar bermudas y sandalias, de la playa creo que mejor ni hablar. Es difícil que este en alguna y no necesariamente porque no quiera. Siempre estoy dispuesto a pasar un día en la playa con mis amigos, el problema viene cuando tratan de ponerse de acuerdo y quedar en una fecha. Este verano no recuerdo haber ido a la playa; solo una vez, a las seis de la tarde con una amiga a tirar piedras al mar mientras el sol se ocultaba tranquilamente en el horizonte.

Sin embargo, lo que me parece tan fascinante del verano es ese poder q tienen los rayitos de sol. Como van tocando personas y quitándoles el hechizo que las convirtió en piedra. Se empieza a ver tanta belleza por las calles que nunca se vio y uno se pregunta donde estuvieron esas personas durante todo este tiempo. Es así como sucede, los rayos de sol hacen que estas personas vuelvan a la vida. Es por esto que vemos en la calle a una chica luciendo sus zapatos de taco alto que compro hace meses, pero espero el cambio de temporada para usarlos. Las chicas hacen lo que sea para que su cabello brille un poco mas, unas pequeñas faldas y un buen polo que resalte lo que tienen y, claro, mostrando las carnes (exactamente desde abajo del busto hasta llegar a la pelvis). También salen los surferitos de ojos azules y pectorales trabajados con sus peinados extraños, algunos vistiendo la mejor camisa que tienen o simplemente el polo que mas se les pueda pegar. Eso si, todos con la sonrisa mas grande del universo.



Entonces, un muchacho vestido absolutamente de negro pasa desapercibido en un mundo de tantos colores y sonrisas. Es así como nos vamos convirtiendo en piedra todo el verano y esperamos nuestro momento para poder regresar a la calle sin q nos miren raro por se supone que estamos muriendo de calor. Aun así me sigue pareciendo super interesante el verano, creo que hasta los sonidos se hacen mas fuertes. Las voces de las personas no se opacan con el bullicio de las bocinas y gritos de nuestros amados cobradores de combi.

Se pone mejor cuando llegan los últimos rayos de sol del verano. Ese sol que empieza a decir adiós a todo el mundo y las bellas personas empiezan a convertirse en piedra. Pero esos últimos rayitos tienen un gran poder aun. Cerca de las seis de la tarde hay una falla en el clima, porque hay un sol inmenso hundiéndose en el horizonte y un viento criminal que ya no refresca, hiela. Pero allí la tienes, la chica y sus carnes, sus zapatos, su falda, su cabello y la sonrisa. Camina rápido porque sabe que si no llega a su destino en los próximos ocho minutos morirá de hipotermia, pero disfruta el riesgo. Es simplemente hermosa. Es la clase de gente que extrañare en el invierno. Es la clase de gente con la que quisieras enamorarte o simplemente vivir un amor de verano.

Estamos a finales de abril y esos últimos rayos pelean cada día para no ser el ultimo. Los bellos se convierten en piedra, se esconden bajo montones de tela. La chica hermosa ya no muestra sus carnes; por el contrario, las esconde bajo una chompita y sus piernecitas se envuelven en un jean o un buzo. Llegara al extremo de cubrir su pobre cuello y su cabeza con algún gorro de lana y su belleza quedara oculta hasta el próximo verano. Nuestro lindo surferito no puede negar su amor al mar, por eso ahora empieza a ponerse un wetsuit que va desde los tobillos hasta el cuello. Toma su tabla y corre al mar donde sus ojos azules no se confunden con el mar, porque simplemente nuestro mar es marrón. Allí se va el verano llevándose a las personas hermosas.

Ahora empieza el otoño y muy seguido el invierno. El cielo de mi odiada Lima se vuelve de un color plateado y empieza a afectar a todos; muchos dejaron los colores y las sonrisas por prendas mas formales. Como cosa de magia siento que rompo una piedra y el mundo es mio otra vez. El mundo nos pertenece otra vez, el verano ya se fue. Locos, melancólicos, nostálgicos, solitarios y otros tantos no hemos cambiado nada nuestro aspecto; pero nuestra vestimenta negra ahora resalta mucho mas. Ya podemos escuchar la viejecita, q pasea a su perro, como nos dice en casi un susurro "demonio" o como nuestra amiga hueca nos dice "que chevere tu estilo dark".

No es un estilo, no es moda, no es un acto de rebeldía. No tengo q hablar con todos los q nos dejamos dominar por el color negro para decir que es nuestra forma de expresarnos. Es nuestra forma de decir, a quien pueda entender, "soy sensible y lo llevo por fuera".