sábado, 3 de junio de 2023

El Encuentro

 


Me detuve un momento, a mitad del camino, desamarré mis zapatillas para no sentir tanta presión. Estaba justo aquí, en mitad del campo, tan solo a pocas horas de llegar a donde estas.  No pude levantarme, este sentimiento de agotamiento era cada vez más fuerte. Me arrodillé y grité tan fuerte como pude. Grité hasta sentir como se desgarraba mi garganta. Grité hasta que sentí lágrimas de fuego correr por mis mejillas. Grité hasta que sentí que desfallecía. Cerré los ojos y me dejé llevar.

 

No recuerdo cuanto tiempo pasó ni recuerdo de donde saqué fuerzas para levantarme y seguir andando. Sin embargo, aquí estaba nuevamente, en el mismo camino con el sol sobre mi cabeza. Levanté la mirada y en la distancia vi una silueta. Se acercaba a mí. ¿Alguna vez has visto un ángel caminar sobre la tierra? Es lo que me preguntaba cada vez que la veía andar al despedirnos. Es lo que sentía cada vez que venía hacia mí. Y allí estaba ella caminando a mi encuentro. Nos acercábamos más y podía ver sus hermosos cabellos volando al viento y ese rostro que tanto recordaba. Esos labios que añoraba tanto besar una vez más. Bella como siempre, abrió sus brazos y se quedó esperando que yo avanzará.

 

Olvidé el agotamiento, olvidé el dolor, olvidé el tiempo y corrí por ella. La tomé en mis brazos con mucho cuidado recordando lo frágil que es. La abracé y ella puso sus brazos alrededor de mi cuello. La abracé tan fuerte como pude.

 

- ¡Ay! - dijo ella en un susurro

- ¡Perdóname! - le dije tocando su rostro- ¿Estas bien? No medí mi fuerza

-Estoy bien- me respondió- me gusta que me abraces así, aunque me duela un poco

-Estoy tan feliz de verte

 

Y ahí mismo, en medio de la nada, nos sentamos y estuvimos en silencio unos minutos. Sus ojos eran como siempre los recordé, llenos de ternura y esa sonrisa que siempre se dibujaba al mirarme seguía en su rostro. Siempre adoré esos silencios en que sonreíamos de solo mirarnos. No pude aguantar más, me acerqué y la besé. El calor regresó a mí y empezamos a reír después de alejarnos un poco.

 

- ¿Es así como los recuerdas no? - me dijo

-Mucho mejor- dije yo- un beso añejado de mucho tiempo

- ¡Jajaja, pero que cosas dices! ¿Un beso puede ser añejo?

-Supongo que sí. Es un beso que ha tomado mucho tiempo en existir. Algo así como un vino que espera 5 años para estar listo.

- ¿Somos un vino?

-Creo que somos algo mucho mejor que eso

-Hmmm- pensó ella- no sé qué podría ser mejor que un vino

-Nosotros

-Pero no somos un vino

-Está bien, somos un vino

-Somos el mejor vino- me dijo guiñándome un ojo

 

No dijimos más y empezamos a reír. Entre conversaciones de vinos y besos estuvimos sentados y luego tirados en la hierba hasta que llegó la noche. Podíamos observar las estrellas y ella siempre se maravillaba cuando pasaba una estrella de un lado a otro dejando un rastro de luz.

 

-No deseo irme nunca de aquí- le dije

-Entonces no lo hagas- y me dio una mirada triste-. No me vuelvas a dejar

 

El tiempo se detuvo. Las estrellas se apagaron. No había más que silencio a nuestro alrededor. Dejé de sentir la hierba en mi espalda. Solo sentía sus caricias sobre mi pecho y como besaba mi cuello.

 

- ¿Sabes que siempre te amaré no? Sin importar donde esté- le dije

-Si, lo sé- me respondió con una mirada de niña engreída-. Siempre lo he sabido

-Jajaja ¿Por qué estas tan segura de eso? - le pregunté

-Porque soy lo mejor que has conocido en tu vida y sabes que no encontrarás a alguien como yo otra vez

- ¿De todas las mujeres que existen en la tierra? ¿En serio crees eso?

- ¿Alguna vez crees que alguien más te quitará el aliento como cuando me ves?- me preguntó ella- ¿O que tu corazón latirá con la misma fuerza como cuando tomas mi mano?- me miró fijamente a los ojos y susurró con dulzura- ¿O como tu mirada cambia cuando quieres hacerme el amor?

- ¿Mi mirada cambia? - le respondí - Mi mirada no cambia ¡Jaja!

-Oh corazón, no tienes ni idea todo lo que dice tu mirada. - se rió, se sonrojó y continuó hablando- Tu mirada pasa de amor y ternura a deseo y pasión. Cuando nos despedimos la última vez no podías siquiera respirar, tus piernas parecían pesar demasiado y no podías moverte. Te volteaste a verme una última vez y en tu mirada sentí el vacío que tenías por dentro.

-Recuerdo- me detuve un momento y traté de recordar ese momento-, solo recuerdo que mi corazón no podía aguantar más y no tenía fuerzas

-Y así fue, tu corazón no aguantó más- me dijo ella con los ojos llenos de lágrimas-. Estuve a tu lado todo el tiempo que estuviste postrado en esa camilla de ese maldito hospital hasta que te fuiste. Tomaste un camino que no podía seguir y te odie tanto por abandonarme. Lloré y grité, pero no conseguí nada- se detuvo y puso sus manos en mi rostro y continuó-. Yo tampoco aguanté mucho más. Sin ti sentía que la vida me abandonaba a cada segundo hasta que dormí y te vi en sueños. Te tenía otra vez. Y pedí solo un deseo. No volver a despertar.

domingo, 28 de mayo de 2023

En el olvido



El invierno en el pequeño pueblo perdido entre las montañas parecía un eco eterno de la soledad. Arturo, un hombre de alma melancólica, vagaba entre la blancura de aquel paisaje desolado, buscando algún destello de esperanza en medio de la gélida desesperanza. Pero la nieve y el hielo que cubrían su existencia parecían impasibles ante su búsqueda.

Fue en uno de esos días en los que la tristeza se había adueñado por completo de Arturo cuando ocurrió un encuentro que cambiaría su vida para siempre. Tropezó con una figura humana congelada en un bloque de hielo, como si el frío del invierno hubiera atrapado a un alma en su abrazo imperturbable.


La compasión lo inundó de inmediato, y con dedicación y esfuerzo, Arturo logró liberar al desconocido hombre del hielo que lo aprisionaba. Pero al despertar, el hombre se encontró en un estado de amnesia total, sin recuerdos de quién era ni de dónde venía. Sus ojos reflejaban una mirada perdida y desorientada, como si vagara en la vastedad de un invierno perpetuo. Una lágrima corría por su mejilla, pero seguía sin recuerdos.


Arturo, con su corazón sensible y deseoso de encontrar un propósito, decidió convertirse en el guía del hombre olvidado. Juntos emprendieron un viaje en busca de su identidad, una travesía en la que el pasado era un misterio impenetrable y el futuro una promesa envuelta en la neblina del desconocimiento.


Cada día, Arturo acompañaba al hombre por los rincones del pueblo y las aldeas vecinas, buscando cualquier indicio que pudiera desatar el nudo de la memoria. Sin embargo, el invierno implacable parecía haberse adueñado también de los recuerdos del hombre congelado, dejándolo atrapado en una eterna noche de incertidumbre.


Pero una noche, mientras contemplaban el cielo estrellado desde la orilla de un lago helado, ocurrió un destello fugaz en la mirada del hombre. Arturo notó cómo sus ojos se posaban en una estrella particular, como si en su brillo encontrara una conexión misteriosa y profunda.


Intrigado, Arturo le preguntó al hombre sobre aquel destello de emoción, y fue entonces cuando los fragmentos del pasado comenzaron a fluir en su mente. El hombre recordó un encuentro fortuito en un parque soleado, donde los rayos del sol se entrelazaban con la sonrisa de una mujer llamada Edith.


Edith, con su presencia luminosa y su amor desinteresado, había logrado derretir el hielo que aprisionaba el corazón del hombre. Fue ella quien le hizo volver a creer en el poder transformador del amor, en la capacidad de sanar las heridas más profundas del alma.


Movido por la historia de aquel encuentro perdido, Arturo sintió que había encontrado una pista invaluable en su búsqueda. Convencido de que Edith era la clave para liberar al hombre congelado de su amnesia emocional, se embarcaron juntos en un viaje en busca de ella, como dos almas en busca de su redención.


Días y noches se desvanecieron mientras recorrían caminos polvorientos y calles adoquinadas, siguiendo cualquier rastro que los acercara a Edith. Cada paso del viaje se volvió una metáfora de la travesía interna del hombre, una lucha por romper los hilos invisibles que lo mantenían prisionero de su pasado olvidado.


Y finalmente, en un pequeño café al borde del lago helado, sus ojos se encontraron. Arturo, con su mirada cargada de esperanza, observó cómo aquel hombre congelado se acercaba tímidamente a la mujer de cabello oscuro y ojos brillantes, la musa perdida en la vastedad del invierno.


En ese instante, un susurro del destino pareció envolver sus almas en un abrazo cálido y reconfortante. Y aunque las palabras no hicieron falta, los ojos hablaron por ellos, revelando un torrente de emociones contenidas, un amor que había trascendido el olvido y encontrado su lugar en la eternidad de aquel momento.


En aquel café silencioso, el invierno pareció detenerse, como si el tiempo mismo suspendiera su marcha para dar paso a un reencuentro anhelado. Y así, el hombre congelado encontró en Edith la pieza faltante de su rompecabezas emocional, la fuerza para descongelar el hielo en su cuerpo y renacer a la vida con una intensidad renovada.


Fue así como Arturo, el testigo solitario de aquella historia de amor rescatada del olvido, se convirtió en el protagonista silencioso de una historia que trascendía el tiempo y el espacio. En medio del invierno eterno, el hombre congelado recordó el calor del amor gracias a la presencia de Edith, y juntos encontraron la belleza en el corazón mismo de la melancolía.